No men left behind
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Pablo Correa
Uno de los temas más recurrentes en la reciente discusión pública en Chile ha sido la cercanía en que se encontraría el país de cruzar el umbral del desarrollo, al menos cuando éste es medido de acuerdo al ingreso per cápita. Si bien parece cuestionable que pasemos a ser parte del mundo desarrollado sólo a raíz de que este indicador supere una cifra relativamente discrecional, es un referente importante que refleja cambios mucho más estructurales que ha experimentado Chile durante las últimas décadas.
Uno de los más trascendentales, en mi opinión, ha sido la profunda reducción en la pobreza y el consecuente aumento de la clase media. Si bien encontramos grandes fortunas en los países desarrollados, es en aquellos aún en vías de desarrollo donde la concentración de la riqueza se hace más evidente, son solo unas pocas personas que mantienen el control de ciertos monopolios de mercado o bien, que han capturado al Estado. Y esto es cierto en Cuba, Asia central o el África subsahariana. Y hasta hace no mucho tiempo, era cierto en la gran parte de América Latina (no olvidemos que el hombre más rico del mundo es mexicano). Por lo mismo, una de las más bellas consecuencias del desarrollo es la mejora en la distribución del ingreso, la que no se manifiesta a través de la destrucción de la riqueza, sino a través de la creación y cuidado de la clase media. Es así como países que hoy son los paradigmas del “nuevo modelo de desarrollo”, son países que no tienen grandes millonarios, sino que se caracterizan por su multitud de ciudadanos de clase media.
Al mismo tiempo, estoy convencido de que el crecimiento por sí mismo no garantiza la superación de la pobreza. Acortar la brecha de ingresos requiere un complemento absolutamente determinante, que es el buen gobierno e instituciones. Hoy día, gracias al súper ciclo de las materias primas, el África subsahariana se encuentra en uno de sus mayores períodos de crecimiento económico, pero en la ausencia de un Estado que cuente con instituciones sólidas, transparentes, correctas y funcionales puede que muestre pocos cambios en sus indicadores de pobreza. Chile tiene afortunadamente tanto un buen gobierno como una institucionalidad robusta. Y ha sido esta combinación la que ha logrado que millones de personas abandonen la pobreza.
En este sentido, Chile ha vivido una transformación envidiable y es probablemente una de las experiencias internacionales que más vale la pena estudiar. Pero tanto las políticas públicas como los focos de los gobiernos y las sensibilidades sociales han cambiado. Como nunca en los últimos años hemos visto como los focos programáticos del gobierno y coaliciones políticas, y las mismas demandas ciudadanas, se centran en la protección de la clase media. Y si bien esto es crucial para evitar una situación de vulnerabilidad, donde al primer shock económico negativo la frágil clase media vuelve a una situación de pobreza, conlleva un riesgo importante, como es el riesgo de olvidar a los que se han quedado atrás. Es el riesgo de quedarse en los porcentajes y agregados.
Cuando vemos que la pobreza bajó desde cifras cercanas al 40% a un 14% en un poco más de dos décadas no podemos sino sentirnos orgullosos. Pero cuando al mismo tiempo, sabemos que hay más de 135.000 niños menores de 9 años que viven en la indigencia, deberíamos sentir, al menos, un poco de vergüenza. Porque la pobreza no es una situación natural, es un estado artificial creado por el hombre. Y así mismo, puede y debe ser eliminado por nosotros. Una de las frases más clásicas que nos ha llegado desde las fuerzas armadas norteamericanas, es el concepto de “no dejar ningún hombre atrás”… no men gets left behind. En medio de la actual sensación de éxito económico, de estar ad portas del desarrollo, me pregunto si es posible que como sociedad aun aceptemos “dejar atrás” a cerca de 2,5 millones de chilenos.
Chile será nominalmente un país desarrollado en el corto plazo. Pero deberá también pasar una prueba de fibra moral, de vinculación social, de quiebre de paradigmas, de inclusión, de entregar lo mejor que el desarrollo económico nos puede dar y que es la posibilidad cierta de eliminar la pobreza. Ese será nuestro verdadero salto al desarrollo.